DIFUSIÓN CULTURAL
Monseñor Baltasar Porras Cardoso, Arzobispo de Mérida-Venezuela
"25 años de episcopado luminoso" por Fortunato González Cruz.
"Su condición de mitrado no le ha impedido llegar en su bicicleta a alguna parroquia, ni ponerse ropa deportiva para jugar al futbol con sus alumnos del Seminario, ni bajarse al ruedo de una placita de tientas a arriesgar el físico con un becerro".
Nuestro querido "Socio de Honor" Fortunato González Cruz, fundador y Director de la Cátedra de Tauromaquia de la Universidad de Los Andes (U.L.A.) de Mérida-Venezuela, nos deleita y nos conmueve con un magnífico artículo sobre Monseñor Balatasar Porras Cardoso, Presidente de la Conferencia Episcopal venezolana, que cumple 25 años al frente del episcopado merideño.
Vaya nuestra felicitación a nuestro amigo y excelente aficionado Monseñor Porras por tan feliz aniversario, y a los fieles merideños por gozar de tan buen pastor.
Antonio Martín
Gabinete de Prensa
Madrid 27 de Septiembre de 2008
25 AÑOS DE UN EPICOPADO LUMINOSO
Fortunato González Cruz
Por la calle real
La historia de Mérida se ha enriquecido con el ejemplo, el trabajo y la obra de los obispos y arzobispos de su Mitra. La iglesia merideña ha estampado su marca indeleble en la cultura local y sembradas muy profundamente en el corazón de sus habitantes muchas de las virtudes y de los valores que los caracterizan y distinguen.
Los aportes al patrimonio colectivo son distintos atendiendo al particular talante de cada uno de los prelados. A las iniciativas de fray Juan Ramos de Lora, el que inaugura la sede episcopal, le debemos lo más preciado de todo lo que poseemos como colectivo: el Seminario y la Universidad de Los Andes. A Santiago Hernández Milanés le correspondió desempeñar el papel de cabeza de la iglesia merideña en los tiempos turbulentos de comienzos del siglo XIX y con sólidos argumentos cocinados en la doctrina escolástica, juró fidelidad a la República naciente y permitió que sacerdotes de su curia formaran parte de la Junta Superior Gubernativa, y escribieran el primer texto constitucional de esta provincia merideña, un documento de valioso contenido jurídico constitucional. Esa iniciativa la continuó monseñor Lasso de la Vega que le abre a Venezuela el reconocimiento internacional.
Monseñor Antonio Ramón Silva, último obispo y primer arzobispo, nos dejó una invalorable crónica de lo que en aquellos años iniciales del siglo XX eran Los Andes, y su testimonio permite conocer estadísticas, acontecimientos, virtudes y miserias de un pueblo laborioso y empobrecido. Monseñor Chacón asumió la reconstrucción del patrimonio inmobiliario eclesiástico de la ciudad y con audacia emprendió la obra de la nueva catedral, del Palacio Arzobispal y del Seminario, edificios emblemáticos de nuestra ciudad. Monseñor Salas fue un padre bondadoso, sencillo, firme como un buen campesino tachirense, que regó su calor humano por todos los rincones de la agreste geografía merideña, metió a su sede en los vericuetos de los medios de comunicación social fundando la Televisora Andina de Mérida, y nos trajo a quien respetuosamente podría calificar como su hijo espiritual: a monseñor Baltazar Porras Cardozo, joven y amigo de los libros que a su juicio habría de ser útil para vincular más a la Mitra con el quehacer cultural e intelectual de Mérida y de su Universidad. No se equivocó monseñor Salas porque el trabajo se ha hecho con creces.
Monseñor Baltazar Porras Cardozo abre una nueva etapa de la Iglesia Merideña porque confluyen en su gestión la misión pastoral, su enorme patrimonio intelectual y su fidelidad a todo riesgo a los valores de una Iglesia que como la Latinoamericana, se ha alimentado de las nuevas líneas teológicas definidas en las Conferencias de Medellín y Puebla, y en el mensaje de Juan Pablo II. En un clima de decadencia de la política, tiene que asumir desde su silla episcopal, desde la presidencia de la Conferencia Episcopal y desde el CELAM, la defensa de los principios a los que la Iglesia no puede renunciar jamás. Es una voz que no desmaya e incluso desde Cuba, siguiendo las huellas de Juan Pablo II, denuncia la dictadura castrista y en todo el mundo se escucha el mensaje que recuerda la tragedia de la isla.
El conocimiento cabal de la obra de Monseñor Baltazar Porras en estos 25 años de episcopado demanda la perspectiva de la historia. No obstante, se puede adelantar que de su mano entra plenamente a la iglesia local la modernidad y el siglo XXI con todos los desafíos que ello significa. Se ocupa de la historia porque sabe que su conocimiento es esencial para la solidez de la obra iniciada por Ramos de Lora: por ello el Archivo Arquidiocesano es uno de los mejores organizados del mundo; por ello investiga, escribe y publica libros de historia; por ello organiza y enriquece el Museo Religioso; por ello asume el compromiso de hacer las crónicas de esta ciudad. Sabe que la cultura local es la expresión de toda su gente –no sólo de las élites- y convierte al Palacio en un valioso tesoro de artesanía religiosa y de libros donde se tratan todos los temas desde diversas perspectivas. Sabe que la política es un delicado oficio en decadencia, y se ve obligado a trajinar por un camino envenenado de bajas pasiones y traicioneros recovecos, lo que le genera confrontaciones que por su talante no esquiva sino que asume. Sabe que su condición de intelectual no le puede alejar de la gente sencilla sino por el contrario debe estar allí a su lado, y de repente está en una reunión con teólogos en cualquier parte del mundo y acude con puntualidad a un compromiso en alguno de los pueblos o aldeas puestas a su cuidado pastoral.
Me correspondió hace poco compartir unos días con cardenales, arzobispo, teólogos e intelectuales de todo el mundo en el Seminario Mayor de México, en Tlalpan, y allí todos, -desde Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la Teología de la Liberación, hasta el cardenal Rodríguez Madariaga, que por poco le quita la tiara a Ratzinger, así como miembros de la Curia Vaticana, cuando se enteraban que vivo en Mérida, sentían una sana envidia por mi cercanía con un hombre de la dimensión pastoral e intelectual de monseñor Baltazar Porras Cardoso, cuya obra y cuyo ejemplo es referencia continental. La luz que irradia alimenta la luminosidad que brota de esta ciudad que no puede ocultarse.
Su condición de mitrado no le ha impedido llegar en su bicicleta a alguna parroquia, ni ponerse ropa deportiva para jugar al futbol con sus alumnos del Seminario, ni bajarse al ruedo de una placita de tientas a arriesgar el físico con un becerro. Tampoco dudó en asumir graves riesgos para proteger al comandante cuando le llamó en momentos dramáticos para que protegiera su vida, pese a las agresiones que otro no perdonaría. Porque ante todo monseñor Baltazar Porras Cardozo es humano, profundamente humano que sabe aconsejar y orientar, pero sobre todo acompañar, esa virtud tan escasa que sólo los privilegiados practican.
Fortunato González Cruz
Por la calle real
La historia de Mérida se ha enriquecido con el ejemplo, el trabajo y la obra de los obispos y arzobispos de su Mitra. La iglesia merideña ha estampado su marca indeleble en la cultura local y sembradas muy profundamente en el corazón de sus habitantes muchas de las virtudes y de los valores que los caracterizan y distinguen.
Los aportes al patrimonio colectivo son distintos atendiendo al particular talante de cada uno de los prelados. A las iniciativas de fray Juan Ramos de Lora, el que inaugura la sede episcopal, le debemos lo más preciado de todo lo que poseemos como colectivo: el Seminario y la Universidad de Los Andes. A Santiago Hernández Milanés le correspondió desempeñar el papel de cabeza de la iglesia merideña en los tiempos turbulentos de comienzos del siglo XIX y con sólidos argumentos cocinados en la doctrina escolástica, juró fidelidad a la República naciente y permitió que sacerdotes de su curia formaran parte de la Junta Superior Gubernativa, y escribieran el primer texto constitucional de esta provincia merideña, un documento de valioso contenido jurídico constitucional. Esa iniciativa la continuó monseñor Lasso de la Vega que le abre a Venezuela el reconocimiento internacional.
Monseñor Antonio Ramón Silva, último obispo y primer arzobispo, nos dejó una invalorable crónica de lo que en aquellos años iniciales del siglo XX eran Los Andes, y su testimonio permite conocer estadísticas, acontecimientos, virtudes y miserias de un pueblo laborioso y empobrecido. Monseñor Chacón asumió la reconstrucción del patrimonio inmobiliario eclesiástico de la ciudad y con audacia emprendió la obra de la nueva catedral, del Palacio Arzobispal y del Seminario, edificios emblemáticos de nuestra ciudad. Monseñor Salas fue un padre bondadoso, sencillo, firme como un buen campesino tachirense, que regó su calor humano por todos los rincones de la agreste geografía merideña, metió a su sede en los vericuetos de los medios de comunicación social fundando la Televisora Andina de Mérida, y nos trajo a quien respetuosamente podría calificar como su hijo espiritual: a monseñor Baltazar Porras Cardozo, joven y amigo de los libros que a su juicio habría de ser útil para vincular más a la Mitra con el quehacer cultural e intelectual de Mérida y de su Universidad. No se equivocó monseñor Salas porque el trabajo se ha hecho con creces.
Monseñor Baltazar Porras Cardozo abre una nueva etapa de la Iglesia Merideña porque confluyen en su gestión la misión pastoral, su enorme patrimonio intelectual y su fidelidad a todo riesgo a los valores de una Iglesia que como la Latinoamericana, se ha alimentado de las nuevas líneas teológicas definidas en las Conferencias de Medellín y Puebla, y en el mensaje de Juan Pablo II. En un clima de decadencia de la política, tiene que asumir desde su silla episcopal, desde la presidencia de la Conferencia Episcopal y desde el CELAM, la defensa de los principios a los que la Iglesia no puede renunciar jamás. Es una voz que no desmaya e incluso desde Cuba, siguiendo las huellas de Juan Pablo II, denuncia la dictadura castrista y en todo el mundo se escucha el mensaje que recuerda la tragedia de la isla.
El conocimiento cabal de la obra de Monseñor Baltazar Porras en estos 25 años de episcopado demanda la perspectiva de la historia. No obstante, se puede adelantar que de su mano entra plenamente a la iglesia local la modernidad y el siglo XXI con todos los desafíos que ello significa. Se ocupa de la historia porque sabe que su conocimiento es esencial para la solidez de la obra iniciada por Ramos de Lora: por ello el Archivo Arquidiocesano es uno de los mejores organizados del mundo; por ello investiga, escribe y publica libros de historia; por ello organiza y enriquece el Museo Religioso; por ello asume el compromiso de hacer las crónicas de esta ciudad. Sabe que la cultura local es la expresión de toda su gente –no sólo de las élites- y convierte al Palacio en un valioso tesoro de artesanía religiosa y de libros donde se tratan todos los temas desde diversas perspectivas. Sabe que la política es un delicado oficio en decadencia, y se ve obligado a trajinar por un camino envenenado de bajas pasiones y traicioneros recovecos, lo que le genera confrontaciones que por su talante no esquiva sino que asume. Sabe que su condición de intelectual no le puede alejar de la gente sencilla sino por el contrario debe estar allí a su lado, y de repente está en una reunión con teólogos en cualquier parte del mundo y acude con puntualidad a un compromiso en alguno de los pueblos o aldeas puestas a su cuidado pastoral.
Me correspondió hace poco compartir unos días con cardenales, arzobispo, teólogos e intelectuales de todo el mundo en el Seminario Mayor de México, en Tlalpan, y allí todos, -desde Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la Teología de la Liberación, hasta el cardenal Rodríguez Madariaga, que por poco le quita la tiara a Ratzinger, así como miembros de la Curia Vaticana, cuando se enteraban que vivo en Mérida, sentían una sana envidia por mi cercanía con un hombre de la dimensión pastoral e intelectual de monseñor Baltazar Porras Cardoso, cuya obra y cuyo ejemplo es referencia continental. La luz que irradia alimenta la luminosidad que brota de esta ciudad que no puede ocultarse.
Su condición de mitrado no le ha impedido llegar en su bicicleta a alguna parroquia, ni ponerse ropa deportiva para jugar al futbol con sus alumnos del Seminario, ni bajarse al ruedo de una placita de tientas a arriesgar el físico con un becerro. Tampoco dudó en asumir graves riesgos para proteger al comandante cuando le llamó en momentos dramáticos para que protegiera su vida, pese a las agresiones que otro no perdonaría. Porque ante todo monseñor Baltazar Porras Cardozo es humano, profundamente humano que sabe aconsejar y orientar, pero sobre todo acompañar, esa virtud tan escasa que sólo los privilegiados practican.
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